¿Quién de nosotros no ha iniciado el año proponiéndose adoptar hábitos más saludables, hacer ejercicio o bajar de peso? Es un propósito común entre los mexicanos y también es común abandonarlo a las pocas semanas. Si para los adultos resulta difícil sostenerlo, para los niños lo es aún más.
De acuerdo con cifras recientes de UNICEF, la obesidad y el sobrepeso en México han aumentado en un alarmante 120% entre 1990 y 2023. Es decir, que 1 de cada 4 niños mexicanos de entre 6 y 14 años presenta sobrepeso u obesidad y de mantenerse esta tendencia, muchos de ellos enfrentarán enfermedades crónicas como diabetes, problemas cardiovasculares y renales en la adultez.
Frente a esta realidad, la Secretaría de Educación ha puesto en marcha el Decálogo “Vida Saludable”, obligatorio desde el 29 marzo del presente año. Esta estrategia incluye ocho acciones prioritarias orientadas a crear un entorno escolar coherente con los principios de salud y bienestar. Entre ellas se encuentra la regulación de alimentos, educación nutricional, formación docente y promoción del bienestar físico y emocional tanto individual como comunitario.
Sin embargo, su implementación ha originado inconformidad entre estudiantes, padres y personal escolar. La eliminación de productos como refrescos, galletas y golosinas han sacudido las dinámicas alimentarias en muchas escuelas, y es comprensible que estos cambios provoquen resistencia. Pero más allá del malestar inicial, es importante reflexionar sobre el propósito de estas medidas.
La obesidad infantil no se debe a una sola causa. Factores como una alimentación poco equilibrada, la falta de actividad física, entornos familiares estresantes, escasa educación nutricional, acceso limitado a alimentos saludables, publicidad dirigida a menores y normas culturales arraigadas contribuyen significativamente. Por eso, más que prohibir productos, debemos acompañar estas medidas con educación y conciencia.
Olmedo Montoya señala (2025) que Chile, México y Ecuador presentan los índices más altos de obesidad infantil en América Latina. Para cambiar esta realidad, se requiere un enfoque integral que involucre tanto la escuela como el hogar. Compartir con nuestros hijos y estudiantes los beneficios de una alimentación balanceada y fomentar la actividad física desde edades tempranas dará mejores resultados a largo plazo. El esfuerzo conjunto entre familia y escuela es esencial para combatir el sedentarismo y mejorar los hábitos alimenticios.
Además de los beneficios físicos, está demostrado que la educación física mejora el rendimiento académico. Balón & Neira (2024) mencionan que actividades lúdicas como circuitos motrices o juegos de conocimientos no solo fomentan la salud, fortalecen la interacción, la atención y el aprendizaje. Asimismo, permiten a los estudiantes reflexionar sobre el vínculo entre el bienestar corporal y la salud mental.
En esa misma línea, Roldán et al. (2025) proponen combinar el ejercicio físico y la educación en salud, tanto para los alumnos como para sus familias. Esta combinación no solo reduce el peso y el comportamiento sedentario, sino que también fomenta la consolidación de un estilo de vida saludable y sostenible.
Este cambio en la política alimentaria escolar no debe verse como una imposición incómoda, al contrario, debe verse como una invitación a repensar cómo estamos cuidando nuestra salud y la de nuestros hijos. Claro que implica ajustes, incomodidades y desapego de costumbres arraigadas. Pero también representa una oportunidad para trabajar juntos: familia, escuela y comunidad, hacia un mismo objetivo.
Construir una cultura de vida saludable no es tarea de un decreto ni de una sola institución. Es un proceso colectivo que requiere paciencia, compromiso y apertura. Aprovechemos esto como una oportunidad para informarnos, dialogar y adoptar cambios positivos que perduren en el tiempo. Nuestros niños merecen crecer en entornos que promuevan el aprendizaje, el bienestar físico, mental y emocional. Sumemos voluntades, tomemos decisiones conscientes y recordemos que una vida más sana es más posible y empieza con pequeños pasos que damos hoy.
Bibliografía
Balón González, J. R., & Neira Merchán, L. J. (2024). La educación física en el
rendimiento académico de los estudiantes de educación básica [Trabajo de
titulación de grado, Universidad Estatal Península de Santa Elena, Facultad
de Ciencias de la Educación e Idiomas, Carrera de Educación Básica]. La
Libertad, Ecuador.
Faúndez-Casanova, C., Castillo-Retamal, M., Vásquez-Gómez, J., & Luna-Villouta,
P. (2024). Nutritional strategies and treatment of obesity and/or weight loss
in Chile: A systematic review. Retos, 58, 315–328. https://doi.org/10.47197/retos.v58.104113
Olmedo Montoya, C. A. (2025). Actividad física y nutrición en niños de segundo a
séptimo grado de educación básica. MENTOR Revista de investigación
Educativa Y Deportiva, 4(10), 472–492. https://doi.org/10.56200/mried.v4i10.9251
Roldán González, E., Orozco Bolaños, N. A., Ortiz Cabrera, M. F., Hurtado Otero,
M. L., & Orozco Torres, M. A. (2025). Efectos del ejercicio físico y educación en salud sobre los comportamientos sedentarios y hábitos alimenticios en escolares con sobrepeso y obesidad. Retos, 64, 541– 559. https://doi.org/10.47197/retos.v64.102 540
UNICEF México. (s.f.). Sobrepeso y obesidad en niños, niñas y adolescentes.
UNICEF. https://www.unicef.org/mexico/sobrepeso-y-obesidad-en-ni%C3%B1os-ni%C3%B1as-y-adolescentes
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