Es el futuro el que nos lleva al pasado. Hannah Arendt.
Imagina el texto más antiguo de la historia y piensa en todo lo que se ha escrito hasta el día de hoy, ¿difícil, verdad? Todo lo escrito por la humanidad es memoria, es ficción, es historia…leer los libros clásicos es entrar en esa realidad humana; leer los clásicos no es ir o querer cuidar el pasado, es poder caminar y cuidar el futuro, porque todo lo escrito por la humanidad es una obra sincrónica. Es decir, un proceso y un efecto, ya que la literatura se desarrolla en perfecta correspondencia pues el ser humano, la persona tal y como la concebimos no cambia - sentimos el dolor, el amor, la pérdida… tal y como nuestros antepasados, y en ese sentido, los clásicos nos dan sincronía que es perspectiva, plenitud y amplitud. Dice la escritora y estudiosa de los clásicos, Andrea Marvolongo, que los libros clásicos son el manual de instrucciones de la humanidad, un lugar que nos ilustra para saber cómo funcionamos, que nos permiten dar un sentido digno y profundo a la vida y la existencia.
La literatura clásica nos ayuda a poder constatar que aquello que sintieron los antiguos griegos narrado en la Eneida, es tan actual y similar a lo que hoy estamos sintiendo en situaciones parecidas. Los libros clásicos, son aquellos libros que han sido especialmente amados - como lo define la escritora Irene Vallejo-, amados y resguardados para ser entregados a las generaciones porvenir como ese tesoro, esa herencia que nos llega. Son lecturas que han perdurado a lo largo de los siglos y que no han quedado en el olvido, son libros elegidos por sus lectores y gracias a esos lectores apasionados podemos hoy sumergirnos en ellos para dialogar con mentes brillantes de otros siglos.
En los libros clásicos hay una historia común que nos une porque nos identifica como seres sociales y como individuos, historias contadas por voces que nos animan a construir, reparar, trascender, resolver todo aquello que nos define como humanidad. Son obras que han aportado a la historia literaria que hoy llamamos clásicos, y cada una es un desafío al lector que se acerca a conocerle. Nos hablan de temas universales por su continua actualidad, son historias que sobreviven porque nos hacen conocer el pasado, explicar el presente y proyectar el porvenir; y aquí una de sus cualidades, ya que gracias a esto somos la única especie que conoce su pasado, lo cual es un lujo y un privilegio que nos permite relacionarnos con el pasado. Los clásicos son tesoros y puertas del tiempo, acceso a nuestra gran familia universal y milenaria.
“Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, escribe Italo Calvino en su texto: Por qué leer a los clásicos, y nos enumera algunas razones para ir concluyendo que un clásico es un libro que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a tí mismo en relación y quizás en contraste con él.
Entonces, ¿por qué leer los clásicos de la literatura? Porque son parte del mundo, de nosotros y no se trata solo de leer un libro “famoso”, sino más bien, un privilegio y placer extraordinario que comunica el sabor particular, los detalles inesperados, los significados que constituyen una riqueza para quienes lo han leído. Acercarnos a los libros clásicos en la educación formal es adquirir un sentido formativo, al dar forma a la experiencia futura y proporcionar modelos, contenidos, términos de comparación, además ejercen una influencia por traer consigo la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra y la huella que han dejado en la cultura o culturas que han atravesado.
Los clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado. Actualmente tenemos el privilegio de contar con una oferta accesible y variada de ediciones que nos facilita su lectura y estudio, lo cual “es revolucionario, es revolucionario que el pasado nos pertenezca a todos”…dice bien Irene Vallejo; porque si miramos la historia podremos apreciar lo privilegiados que somos al contar con el acceso libre a la literatura clásica. A toda esa memoria colectiva y sabiduría antigua, los clásicos son la herramienta para transmitir ideas, conocimiento y poder comunicar y habitar más plenamente el presente. Los clásicos son relatos fascinantes no solo por su relevancia sino sobre todo porque nos hablan, nos llaman y nos interrogan, nos ayudan a dar sentido y construir un futuro, son las claves para entender y afrontar la realidad.
Los griegos decían que solo «de las palabras nacen la belleza y el encanto», palabras que no han dejado de seducir a hombres y mujeres de todas las épocas y de todos los lugares. Las palabras en los clásicos se convierten en esa visión del mundo, esa manera de concebir el tiempo, la expresión del deseo, la transmisión del amor y hasta la superación de las barreras de la vida, por eso los clásicos son para toda persona que busque hablar de sí mismo en el presente; de su manera de ver el mundo y de saber expresarlo por medio de las palabras. En ese sentido, Platón decía que «pensar es el acto del alma que se habla a sí misma», por ello espero que este texto sea una invitación a leer y dar a leer las obras clásicas como esas voces que supieron con autenticidad y humana sinceridad construir relatos que nos siguen hablando y nos recuerdan que somos simple y magníficamente humanos.
Leer a los clásicos es, sin embargo, un rito más comprometido que el hojeo y la lectura cotidiana de los periódicos o de las novelas más o menos divertidas que nos entretienen y nada más. Los clásicos se caracterizan por ser inagotables: Goethe, Quevedo, Racine, Homero, Platón, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Moliere, Esquilo, Sófocles y Eurípides los trágicos por excelencia; Safo y Píndaro, Virgilio, Horacio, Platón. La lista sigue, y también la lista la hace cada lector, cada lector tiene sus preferidos, sus más amigos, cada lector tiene sus clásicos, con los que se encuentra más a gusto y con los que dialoga más a fondo. Leer los clásicos es altamente recomendable, imprescindible e inolvidable; quien avanza sin conocer sus clásicos, va poco preparado para captar el sabor de las cosas, ya que solo escribimos a partir de nuestras lecturas, y en ello los clásicos son las raíces de ese árbol de tan extensas ramas y de infinitas hojas por contar.
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