El cierre del ciclo escolar es uno de los momentos más intensos para los maestros de todos los niveles escolares. Se tienen que hacer evaluaciones finales, entrega de calificaciones, reportes administrativos, revisión de asistencias, organización de actividades de cierre, despedida de grupos, cursos de actualización y un largo etcétera.
Un Pontífice con corazón educador
El 8 de mayo de 2025 fue elegido como Sumo Pontífice el agustino Robert Francis Prevost, que tomó el nombre de León XIV, siendo primer Papa nacido en Estados Unidos, con una larga trayectoria en la vida académica y la misión en América Latina.
Desde el inicio de su pontificado ha enviado una señal clara: la educación está en el centro de su mirada. El Jubileo del Mundo Educativo 2025, el recuerdo vivo de Gravissimum educationis y la carta apostólica Diseñar nuevos mapas de esperanza colocan a la escuela católica en el corazón de la misión de la Iglesia.
Este texto no pretende contarlo todo, sino ofrecer un mapa sencillo: cuatro palabras del Papa, y algunas preguntas que puedan trabajar directivos y docentes sin necesidad de leerse un documento entero.
Cuatro palabras clave: interioridad, unidad, amor y alegría
En su gran encuentro con educadores durante el Jubileo, León XIV resumió su visión con cuatro palabras: interioridad, unidad, amor y alegría.
- Interioridad: educar “desde dentro”, ayudando a cada alumno a escuchar lo que pasa en su corazón y a dialogar con la verdad.
- Unidad: educar “con otros”, tejiendo comunidad entre escuela, familias, Iglesia y sociedad.
- Amor: enseñar como un acto de caridad, especialmente hacia los más frágiles.
- Alegría: hacer de la escuela un lugar donde se pueda respirar esperanza, incluso en tiempos difíciles.
Estas cuatro palabras pueden convertirse en criterios muy concretos para revisar la vida de un colegio: cómo organizamos el tiempo, cómo acompañamos, cómo corregimos, cómo celebramos.
Interioridad y unidad: la escuela como casa y comunidad
León XIV observa que muchos niños y jóvenes viven hoy con una gran fragilidad interior: soledad, ansiedad, ruido permanente. Ante esto, insiste en que la escuela católica no puede limitarse a transmitir contenidos: ha de ofrecer espacios de silencio, escucha y acompañamiento, donde cada persona pueda hacerse preguntas profundas y encontrar sentido.
La interioridad, vivida así, no es intimismo; es la base para una fe pensada, para decisiones libres y responsables, para vocaciones que se disciernen y no solo se improvisan. Un minuto de silencio bien cuidado, una tutoría de verdad, un retiro sencillo pueden ser más educativos que muchas horas de prisa.
La unidad se traduce en una convicción muy práctica: educar nunca se hace en solitario. El Papa habla de “constelación educativa”: docentes, familias, parroquia, congregación, barrio… todos llamados a sumar en un mismo horizonte.
En la vida diaria, esta unidad se refleja en cosas muy concretas: cómo se hablan los equipos entre sí, cómo se integra a las familias, cómo se acompaña al personal de apoyo, cómo se vincula la escuela con la Iglesia local. Una escuela católica dividida se contradice a sí misma: habla de comunión, pero educa en la fragmentación.

Amor y alegría: el estilo cristiano de enseñar
Para León XIV, enseñar es un acto de amor. Retomando a san Agustín, recuerda que el amor a Dios se prueba en el amor al prójimo, y que el aula es uno de los lugares más delicados donde ese amor se juega cada día.
Amar al alumno significa más que “quedarse con él”: es sostenerlo en la dificultad, corregirlo con firmeza y ternura, dedicarle tiempo, mirar más allá de la nota y del expediente. El Papa advierte que cuando se devalúa la vocación docente y se destruyen las condiciones para su trabajo, se hiere el futuro de todos.
Junto al amor, subraya la alegría. No se trata de entretenimiento superficial, sino de un clima en el que la persona se siente acogida. En el contexto del Jubileo educativo, León XIV habló de educadores que “enseñan con una sonrisa” y de escuelas que, aun en situaciones difíciles, son “haces de luz” en medio de la oscuridad.
La pregunta para cualquier comunidad escolar es sencilla y exigente a la vez:
¿Se nota, en el trato cotidiano, que aquí se educa con amor y con alegría cristiana?
¿Cómo usar este texto en tu colegio?
Para que no se quede solo en la lectura, aquí tienes una propuesta rápida para trabajar este contenido en una reunión de profesores o equipo directivo.
1. Lectura breve
Proyecten o impriman este documento. Lean en voz alta el apartado “Cuatro palabras clave” y una de las secciones (por ejemplo, “Interioridad y unidad”).
2. Diálogo guiado
En equipos pequeños o en plenaria, respondan dos preguntas:
- ¿En qué se nota que en nuestra escuela ya vivimos algo de esta interioridad, unidad, amor y alegría?
- ¿Qué gesto concreto podríamos cuidar este mes para avanzar un paso más?
Recojan las respuestas clave en un rotafolio o pizarra.
3. Cierre orante
Terminen con una oración breve (puede ser espontánea o algo tan simple como: “Señor, enséñanos a educar con tu corazón; cuida hoy a nuestros alumnos y a cada docente de esta casa”).
Con eso, en quince minutos, el texto ya no es teoría: se convierte en espejo y punto de partida para decisiones reales.
Cierre: educar como mapa de esperanza
La propuesta educativa de León XIV no añade una carga más a la ya pesada agenda de las escuelas. Más bien, ayuda a ordenar lo esencial: acompañar la vida interior de los estudiantes, fortalecer la comunión, cuidar el amor pedagógico y reconstruir un clima de alegría y esperanza.
En un mundo que muchas veces educa para competir y consumir, la escuela católica está llamada a educar para escuchar, compartir y servir. Si interioridad, unidad, amor y alegría se convierten en criterios de revisión y de acción, cada aula puede convertirse en un pequeño mapa de esperanza para la Iglesia y para la sociedad.
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